lunes, 29 de abril de 2013

Asu Mare: la película

No podía no comentar la sensación del momento en el cine peruano, película que va por los 2 millones de espectadores y ha roto récords nacionales. No por ser una cinta compleja o de autor sino por supuesto una de orden masivo, del agrado del público que solo quiere entretenerse y pasar un buen rato, la que ha logrado la hazaña de convocarlo en un logro para el cine que se hace en nuestro país, que como se entiende y deseamos ayudará a proyectar más en su ruta pero además la diversidad del séptimo arte con el respaldo que contienen los fuertes ingresos del mercado (a lo que debemos sumar necesaria y realísticamente el apoyo del estado y cuanto haga eficiente y solvente el arte en la gran pantalla), que la gente vaya a verlo y disfrute/respalde lo suyo con justificación y en carácter ecléctico. El cine peruano merece contener un nicho sólido en el cine comercial y también en el más artístico de cara a las salas de exhibición.

Pero ¿a qué se debe el éxito?, mucho de éste proviene de una buena inversión de publicidad y marcas que han puesto contundente interés en el filme; empresas que valoran su gasto económico han contribuido con la motivación poderosa de los negocios, sumando casi 200 salas de cine proyectando la película, creyendo en el background de 4 años de trabajo del stand-up comedy del protagonista, de Carlos “Cachín” Alcántara, que es una figura querida por todos desde Pataclaun, pasando por La gran sangre (las artes marciales) y ser jurado en un programa de Gisela que lo mostró inteligente, hasta consolidar una fama individual en la comedia y el espectáculo. Después poner en el ecran una biografía en la que muchos se puedan sentir tocados, el hombre salido de un barrio humilde sin vocación por los estudios más que el sueño de ser un gran artista, que es palomilla y simpático de personalidad, que ha tenido una vida común a muchos, uno de los nuestros diríamos, que cae en las drogas (asunto desconocido para muchos) y que de aspirar a ser un chico in (un surfer, un muchacho de Miraflores) construye su propia historia y se haya a sí mismo, se convierte en una estrella nacional pero bailando al son de la música negra con su novia, más tarde su esposa, que viene del Colegio San Silvestre pero que tiene más barrio que él según termina calificándola.

¿Y cómo es el filme? Está bastante claro que juega con el lugar común y la sencillez argumental, son su base, su fuerza, muy al contrario del cine arte, aquí los tópicos funcionan, la buena vibra, el relajo, todo fácil para el espectador, pero hay que notar que hay un equilibrio, la broma o la comedia no llega al estado de vulgaridad o de gratuidad, mantiene su llanura pero sin caer en el pozo de lo indecible, no tropieza y se hunde en lo bajo. Hay unas pocas lisuras, y se tratan los complejos nacionales de forma leve, como quien pasa y no quiere hacerse problemas; más al ritmo general de la propuesta, de lo intrascendente porque lo es en buena medida, de lo normal, como un trance a sortear y punto, como detalles que ubicar en el trato común. Ahonda en algunas ideas molestas con gracia, y hasta inocencia, viéndose centralmente el no poder pronunciar bien el inglés en la canción de Queen que se hace un estribillo de la discriminación (mejor a mi ver, más carismático, que lo de mestizo en el cuartel aunque no es que esté mal igual), y a pesar de que no se trata -ninguna de las dos- de mucha originalidad sirve al propósito (estudiarnos y remontarlo sin dificultad), porque es suave como el conjunto. Todo el asunto va de suelto, de tranquilo, hay que recalcarlo porque se tiende a magnificar, quizá en la interpretación propia pero más es algo pequeño, que fluye y es muy criollo pero a su vez muy universal, nuestra versión del cine americano.

Propone mucho de superación y de gratitud, esencia y sentido del filme, no todo es únicamente ordinario vivencial (que hay que decir que es muy agradable su rememoración aun sin que valgan algunas escenas mucho en profundidad, entre otras Cachín de niño tocando pésimo el cajón o el viaje de promoción a la playa). Ostenta de vida que ha padecido, a veces sin notarlo o minimizándolo como nos pasa a los seres humanos (mejor así que con la obviedad de las drogas) y que ha logrado salir de la senda del perdedor (el tocar las puertas con la venta de la lustradora, el fallar dos veces el ingreso a la universidad, carecer de oficio o profesión, el no merecer el desayuno). Y valora a la madre fuerte que los crió sin marido aunque con temperamento y correazos que iban deletreando el castigo, una forma chistosa de la memoria, la que coge el conjunto y lo pone por delante, es decir el indudable amor y la entrega de la progenitora por sobre el mal rato, la razón de ser una carga constante para ella.

El mensaje universal rinde fruto, es optimista y despliega alegría, porque el filme lo es, feliz de vivir y el resto son contratiempos y experiencias salvando la caída que es más un recurso de la historia hacía la redención, que sutilmente viene desde atrás pero que aquí se hace necesario para el público menos atento. Toca temas serios pero sin tomarlos por demasiado importantes o abrumadores pero  sin perderles el respeto y de ahí que todo funcione, porque mantiene la dignidad en todo momento aun exhibiendo las fallas humanas, las limitaciones o siendo engañado el personaje principal tras el sueño de ser actor de cine. Cójase la enseñanza de la fe y la perseverancia, de esperar vislumbrar el camino, nuevamente con un artificio manido, el niño entregándole la nariz de clown – el instante emotivo, del que no dudamos de su efectividad masiva-, factor que en parte critico ya que a continuación el punto de inflexión –su carrera empieza con su creación de Machín- se toca levemente aunque se entiende porque esa es la idea de todo lo que estamos presenciando, no es que sea incongruente aunque hubiera querido conocerlo con mayor alcance, no solo el personaje sino el curso del inicio de la carrera de Alcántara, pero es la decisión de un tono y no de una biografía que quiera ser compleja.

El respeto subyace tanto representado como de quien maneja los hilos detrás de la película. El director Ricardo Maldonado que viene de la publicidad y de hacer el exitoso comercial  “Perú, Nebraska” sabe tocar la fibra sentimental y la sonrisa amable pero de a pie, mostrar a Alcántara triunfador -en el aplauso de su último show- y en otros humilde que es casi la totalidad del metraje. Le da su reconocimiento y lo hace de carne y hueso, sabe llegar a la gente. Mantiene un estándar decente de lo que describe y lo provee de un pequeño toque de reflexión.

Se da que el stand-up comedy de Cachín es muy apreciado y puede sentirse mayor. La madre joven en la imagen de Gisela Ponce de León no podría mostrar el aplomo y la rudeza necesaria que implica la memoria de Alcántara. Pero vemos el recuerdo predominante en la simpatía que emana la actriz, en el inconmensurable afecto que le produce. En otros casos se percibe lo mismo, como en la lejanía entre la mirada que produce Emilia Drago con lo que parece una persona real o más enriquecida. No obstante en lo que termina siendo el filme no es desechable ya que ella aparte de guapa muestra esa indudable belleza interior que podemos pensar de su compañera sentimental. En general, el filme tiene cierto valor escenificado pero menor en sus posibilidades porque su aspiración es esa, siendo ante todo simpático, como denota la magnitud del show personal, tampoco sobre-dimensionemos al magma de la película. Ésta propuesta no va a ser un hito interpretativo o argumental sino de asistencia, en una obra que apreciar sin el rigor de algo más allá del puro entretenimiento, solo eso pero uno bueno como tal.

miércoles, 24 de abril de 2013

La caza


Uno de los nombres más famosos del cine actual de Dinamarca es el de Thomas Vinterberg que junto con Lars von Trier fundaron el Dogma 95 y de quien su película, La celebración (1998) fue el emblema de dicho movimiento cinematográfico. Ya con la madurez que le otorga una nutrida filmografía nos trae la presente que gira alrededor de la declaración de una niña que dice que un adulto de la guardería a la que asiste le ha enseñado los genitales. Eso crea toda la ira del pueblo, de los amigos y conocidos de dicho personaje. Incluso pone en juego su nueva relación afectiva y le crea mucho dolor a su hijo que solo puede verle en contadas ocasiones por no estar en su custodia al yacer divorciado. El acusado se llama Lucas (Mads Mikkelsen), el que instantáneamente ha pasado a convertirse en un tipo apestado y repudiado de ser un hombre probo, querido y hasta admirado por su nobleza, por su ecuanimidad y su alegría para compartir en su trabajo con los niños. Para luego hallarse solitario, esta vez no por iniciativa propia sino por la dura realidad que le acontece.

El filme es bastante equilibrado en tanto los ataques como las reacciones liberadoras aunque tiene una dirección y no es la más típica claro está, quizá por ello se echa en falta un cierto efecto mayor para con el espectador, porque esto termina ocurriendo, crea una cuota de indiferencia, sin embargo esto tiene de valioso e inteligente porque no se regodea en un tema polémico, provocativo, de los que suelen confraternizar con las emociones del público y compenetrarlo hasta dirigirlo hacia el punto clave, contra la fuerza de donde proviene ese abuso tan chocante para nuestras consciencias y sentimientos humanos, el enfermo detrás de la pedofilia . Es decir no busca la manipulación primaria pero tampoco nos entrega una dramatización demasiado poderosa (le pesa mucho el temor a transformarse en un telefilme ya que el asunto es siempre proclive a serlo, hoy en día tocar sucesos similares ya es visto como un melodrama tópico), y no es que se extrañe un efectismo barato sino hilar en el arte que sin utilizarnos nos haga asumir el tema en toda su magnitud, y en ello desgraciadamente le falta un poco, no obstante se entiende porque sus alegatos son otros, su base aun así tiene buena firmeza porque lo que quiere es ponerse en el sitio de Lucas.

Predomina un velado estudio donde estaría nuestra violencia reflejo o respaldo (aun no siendo exacto), la que exuda e instiga un acto tan vil, como el abuso sexual infantil, que nos vuelve irracionales frente a ello, que nos convierte inmediatamente en verdugos, que como vemos anticipa las conclusiones y las investigaciones policiales, de ahí que la propuesta prefiere enseñarnos nuestra reacción, hacernos ver nuestros pensamientos figurativos y desde ahí no podemos quitarle su toque de virtud argumental esencial. Sin embargo también puede ser algo banal, y hasta peligroso (aunque es inevitable en todo el tema, optando por la atención del otro daño, el otro peligro innato), dando el filme forma y luz al ente acusado con características que lo envuelven en un aura de heroísmo. Se enfrenta a la enajenación del conjunto justificada a un punto pero prematura por la naturaleza de creer que los niños no mienten aun acosta de olvidar a quienes señalan; lucha contra el abuso y la injusticia, habiendo una paradoja, es decir reina el caos, la confusión, y todo por una sensibilidad y moral que aturde aun teniendo un sentido que la avala pero que se remite a lo que significa y al nexo afectivo general y directo con la “victima”, un ser humano indefenso e inocente, más que a los hechos consumados.

El director danés comprende seguramente el doble papel del conflicto pero opta por la posición menos tocada, la más endeble en cuanto a tener defensa; interpreta como que se pueden cometer errores, que subyace una pasión que nos ciega por completo, Vinterberg plantea apoyar a un hombre en un caso aún no demostrado de pedofilia, no cabe duda que es algo duro de decidir y lo que escoge algo en parte atrevido, porque el filme se enfoca en ello aunque tiene a favor –o no- que lo explaya hacia ese lado aún sin develar el desenlace. Y es que uno teniendo la noción de que es un filme europeo no sabe cómo terminará, vas temblando mientras lo ves, subyacen muchas naturales expectativas aunque el autor las disminuye, las vuelve más ligeras, no obstante el final resulta una ineludible revelación. Hasta el último minuto uno desconfía de todos.

El filme se enfoca además en la amistad, hay una fuerte carga sobre esto en la trama, entre el padre de la niña de la coyuntura (lo que hace la historia más peliaguda), interpretado por Thomas Bo Larsen, y el papel de Mads Mikkelsen, escogido mejor actor en el Festival de Cannes 2012 y que con su labor sostiene fehaciente que se haya convertido en el más destacado de su país en su profesión, uno de los nombres que giran alrededor del mundo. Su exuberante enojo en el toque de fondo en la iglesia tras la docilidad y tranquilidad de su personalidad en todo el relato es uno de los momentos más prodigiosos en cuanto a haber asumido -y revelar- tanto sufrimiento enclaustrado, siendo vital en este filme, ayudando a generar el toque pequeño pero necesario de ambigüedad y el solvente respaldo que se engendra en su hechura, en su semblante tan sugerente sin caer en la abierta expresividad, el demostrar un autocontrol convincente y aun con esto poner sentimientos en su personaje.

Toda la recreación con bastantes características no urbanas, como los bosques, el nado en el río o la cacería son impecables, denotan una cierta vuelta en el pasado pero notablemente no juegan a ninguna caricatura de incivilización, que sería lo más manido y fácil, sino más bien es un relato que conjuga aristas como con aspectos bastante modernos. El tema es instintivo, apela a nuestra más profunda humanidad y eso no es anacronismo. Pero hay que decir que más funciona la adaptación del entorno geográfico del título, la caza (en el original “Jagten”) que su metáfora, porque esta tiene un alcance menor, no es algo que impresione, el venado representa la inocencia, aunque el alegato de su muerte con la exposición del filme nos deje pensando, nos otorgue una lectura extra a tener en cuenta y sea coherente con lo que hemos presenciado, que de eso hay mucho y todo en el aire relajado de Vinterberg.

viernes, 19 de abril de 2013

To the wonder

El 2011 la palma de oro fue para el árbol de la vida, la anterior película de Terrence Malick y con ella vino la emoción para con su cine, ya antes elogiado en La delgada línea roja (1998), ganadora del oso de oro de la Berlinale, y que venía de ser un autor de culto por sus dos primeros filmes, Malas tierras (1973) y Días de cielo (1978), como a su vez habría un grupo en rechazo de su filosofía y su forma de expresión.

Un misticismo tan fuerte, que se despliega a otros factores de la existencia, no podía causar la unanimidad, sino más bien resultaba una molestia para cierto público ya que el mundo actualmente vive una cuota de alejamiento religioso, en una contemporaneidad más terrenal y menos consciente de su espiritualidad, en su condición de como dice este nuevo filme, del amor que nos ama. Sin embargo el autor americano se da fiel a sí mismo, siendo valiente, presentando sus más íntimos pensamientos, su fe y su ideología del amor, como un creador en toda magnitud. No solo de forma que respalda su anterior trabajo sino que lo define mucho más, lo muestra más claro. Con la intervención del padre Quintana (en un inconmensurable Javier Bardem que solo le bastan unos gestos para asumir por completo su personaje), un cura católico que quiere creer y vive entregado y honestamente dentro de ello pero que se hace muchas preguntas. El que anhela “ver”, sentir y experimentar la verdad de su dogma. Y aunque su porcentaje en el conjunto no es mucho se hace sentir en toda la trama, si es que en realidad la tiene, ya que Malick evita el camino convencional y nos crea un cuadro que es más una figura mental que una historia lineal, y en ella nos hace meditar sobre asuntos que nos conciernen a todos los seres humanos, temas muy próximos a  nosotros, ya que se trata de la formación de nuestras relaciones con los demás, con los que amamos, con el planeta y con uno mismo en esa identidad.

La película recurre a la poética y a la solemnidad de la voz en off más que de diálogos que casi no hay (en lo que son pensamientos esenciales de los protagonistas), sus imágenes provienen de una dominante formación de múltiples tomas cortas muy bien editadas, a movimientos de cámara especiales -rotatorios o que salen de algún atípico ángulo- en los lugares claves que dan la sensación de como estipula el título, de algo maravilloso, de un goce o una intensa experimentación (como frente a la belleza del Monte Saint-Michel),  a mostrar a los actores en paisajes o en medio de escenarios naturales, se ha escogido el campo, el estado de Oklahoma en algún pueblito tranquilo y sin nada realmente llamativo, en donde se exhibe la espontaneidad, transparencia y vitalidad que se requiere en el sentimiento de su caracteres, un reto de interpretación en donde se nota mucho que la última palabra es la del director que a ratos parece hacerles un test de compenetración con sus roles, en que vemos a un Ben Affleck dominado por el control de Malick (a veces descolocado como aun en el esfuerzo y seguridad luce McAdams en la exigencia de los bisontes, o en el inicio se le sigue pero se escurre la cámara de su rostro), reducido a una pieza en ejecución en que su nombre sirve de atracción para el público pero se rige al predominante conjunto creativo, mientras una Olga Kurylenko nos trasmite bastante con su cuerpo y con un ánimo creíble (en sí las dos damas centrales están magníficas para manifestar enamoramiento y felicidad en ello), con su danza y juego continuo (yo diría que se repite esto más de la cuenta, el baile), con su pasión, con su ternura, con su desnudez más interior que literal, con sus desilusiones, con sus desgastes afectivos, con su introspección en derredor de su relación, bajo una figura común ya que aun ostentando belleza refleja mucha normalidad, que permite amalgamarse a Affleck (a pesar de ser mucho más pasivo argumentalmente) que es en parte tieso o contenido sin caer tampoco en la inexpresividad que le atribuyen por costumbre, pero que se ajusta al tipo requerido (idóneo para él), el que no refleja tanto pero que instiga hacia la nobleza calmada, promedio a más, y puede verse cariñoso en una seriedad moderada, ya que también busca ser un hombre afín a muchos.

La historia puede ser mucho de autor, muy elaborada en su forma y en lo que pretende argumentar pero vista con ojos pacientes y observadores se le concibe adjudicar de historia fácil de identificar, de sobrellevar y entender porque su temática ineludiblemente nos concierne demasiado, ya que se remite a dos puntos, la fe y el amor. Dice una línea muy significativa, el amor es un deber, y aunque respeta el filme que el ser humano es cambiante y natural en sus sentimientos, tan difíciles de quitarle imprevisibilidad, nos induce a  poner de nuestra parte, a luchar por lo que creemos y sentimos, a sacrificarnos (como en esa libertad que nos refiere la amiga pero que también puede existir dentro de un vínculo y sus parámetros), a replantearnos el camino, a poder evolucionar y adaptarnos sin perder algo amado, indagando y entregando de nosotros. Nos quiere decir que el amor es intrínseco al ser humano pero no es fácil (sí, lo sabemos, pero entonces deberíamos procesarlo y ponerlo en práctica mejor), sea hacia Dios o -en otro sentido pero con semejanzas- a una mujer/hombre especial (en un momento la protagonista no llega a comprender su repentino estado de disgusto con su pareja y hasta concreta una traición, momento que más que una audacia que no lo es en cuanto a la imaginación del director, sirve para ver que todo se deteriora por más bueno que sea, o se pone en duda, se erra digámoslo a grosso modo en todas las vertientes que suscita). Como esa mujer que viene del pasado, en la interpretación de esa bella rubia de cautivante sonrisa, Rachel McAdams que en un culmen exhala que su amor se ha convertido en nada (así es nuestro libre albedrio), en solo lujuria, placer.

Vivimos retroalimentándonos, en un inevitable presente al que hay que exigirle mucho más, como en esas inquietudes trascendentales que “mortifican” a los protagonistas. Con este séptimo arte que pasa que es puro cine aun en sus particularidades, que vive para y por las imágenes y que nos habla a través de ellas en forma sumamente expresiva y bella como un remanso de desconciertos y alegrías, que en su complejidad requieren pistas, ese discurrir con algunas frases de corta extensión pero que son amplias en su evocación en una voz en off que busca, enfrenta, interpreta y se maravilla con el mundo. En la escalera, el reflejo iluminador del sol y las manos entrecruzadas (escenario simbólico que define todo el filme.)

miércoles, 10 de abril de 2013

La eternidad y un día

En enero del año pasado, el 2012, murió Theo Angelopoulos, cineasta que fue un intelectual del arte, a la altura de Tarkovsky o Bergman, y yo diría que a veces hasta más complicado de ver. Su cine siempre despierta ideas, utiliza una forma de expresión que en parte se vuelve críptica o nos hace trabajar para darle un significado. En esta oportunidad escribo sobre una película que le valió la palma de oro de 1998.

Como es común en él se trata de un viaje, ya que el cine de Angelopoulos nunca dejar de ser nómade, es una continua búsqueda ante la realidad del siglo XX. Y versa en el contexto de su patria, Grecia, y se asume desde la contemporaneidad pero utilizando abstracto y externo al filme el pasado glorioso de la otrora civilización origen del occidentalismo, para vivir lo que sucede actualmente con su nación, de la que se dice vivir una próxima muerte, es decir un deterioro con un rumbo anunciado, como la enfermedad terminal de Alexander (nombre que no parece casual, griego por antonomasia en la historia universal) quien remite a su sociedad, a su cultura en particular, quien alega serle complicado amar, mientras se anhelan nuevas formas de expresión, todos rasgos de nuestro director entre manos, un afecto ineludible pero fuertemente autocrítico sobre su patria y un deseo notorio y notable sobre nuevos análisis y arte introspectivo, próximo, filosófico.

Anímicamente como nota el niño, el huérfano albano perdido en las calles de Grecia, hay una melancolía oculta, pero el ánimo del filme es como nos comunica el poeta de otro siglo, la vida es dulce, y ese espíritu es al que se afianza la trama, y la forma, aun estando sometido el protagonista a la fuerza del dolor y la nostalgia, de mirar en el pasado y sentir nuestros más profundos afectos porque en el hoy nos han abandonado en cierta parte, y es que sin embargo mañana es la eternidad, el mundo no acaba (la muerte no es el final). Ésta la confabulación secreta de un vecino repitiendo la música que nos gusta, la alegría de la ama de llaves viendo casarse a su hijo o conocer y compartir, ayudar, a un niño solitario, reflejo de nuestra realidad también solitaria, solo que yacemos en el final cuando él es el comienzo de un viaje nuevo, otro distinto pero con ciertas semejanzas, ya no hacia la expiración sino a la vida, ambos desconocidos y que como se dice provocan miedo, es hallar ese dulce existencial y general, esa nueva expresión, como los músicos tocando en el ómnibus mientras afianzamos la felicidad tan efímera para con el padre putativo y su vástago, mientras vemos cansado a un activista político (lo dejamos de lado en ese momento).

Bruno Ganz es Alexander, un poeta que no suele terminar nada y que no quiere ir al hospital a escuchar su sentencia, un soñador que se identifica con un héroe romántico pero decidido que vuelve a su tierra a generar el cambio aun sin saber el idioma, a arengarlo poéticamente, porque ama su país, porque como expresa Alexander solo vive en él aunque los seres humanos seamos extranjeros de todo lugar, extraños en la existencia. Ganz no articula la tristeza en su rostro, más bien predomina un aire neutral si se quiere, y aunque muchas veces yace apagado o meditativo, su sonrisa brilla más que cualquier otro sentimiento y se impone aunque sea solo en apariencia, como cuando ve a su madre (la que aparece constantemente y puede ser un sucedáneo de la historia clásica de Grecia) o a su mujer que le pide un día de atención (que puede ser que simplemente viva), la que ahora conscientemente es su vida, de la que sabemos poco en realidad, de su desenlace, pero porque subyace en la perfección de su memoria cuando ya no le queda casi nada, cuando ella lo ha sido todo. La película es también una bella historia de amor y de recuerdos.

La obra de Angelopoulos tiene de simbolismo, intelectualiza bastante, presenta varias lecturas, pero también conmueve, está cargada de cariños, la relación entre el poeta y su patria, la de Alexander y su mujer que es su temple, o con su progenitora y su niñez, o la de esa familia numerosa que visten de blanco que remite a la pureza del recuerdo en un bello paisaje, la playa, otra esencia transparente, viva. A su vez la trama central despierta bastante sensibilidad, la del pequeño recogido por Alexander quien no puede dejar de ver por su bienestar, darle un camino, o la del mismo chiquillo con su amigo muerto atropellado al que le dedican un ritual afectivo en medio del fuego y la dolida declamación.

El filme no solo es sabio y noble sentimentalmente sino tiene poética, esto está en el bardo griego de otra época que compra palabras para rellenar sus necesarias arengas muy fáciles de entender y de reflejarse; en los flashbacks vestidos en luz, en gestos, en colores, en alegrías; en la “intromisión” del tiempo pasado en el presente o viceversa en su unión en el vehículo (como dos hombres que son él mismo); o en las múltiples apariciones del viejo Alexander en ese día de playa, de lluvia y de refugio. Así también en otra inevitable participación a la que se enfrenta el relato, la del sufrimiento, la de la verdad viviente, no obstante en el ecran se hace menos de lo que invoca, pasando a ser más una cavilación sutil. Y es el trabajo más visto y entendible de Angelopoulos pero que ostenta su esencia, su continua elucubración, su estilo, debajo de una más empática historia.

Recrear la historia del poeta anterior a Alexander es algo sumamente creativo y sin perder el hilo de la forma que se ha elegido, siendo algo sencillo pero completo, que agrega al conjunto. Nos permite conocer al protagonista que vive arraigado al pasado, tanto con su hija como su esposa y que debe esperar el fin, con la continuidad que pervive en la tierra en la acción para con el niño, que se pierde en la ilusión del comienzo y de lo diáfano. El hombre mira el mar, el amor llama. Es la conclusión de una etapa, como los muchos hombres que se suceden, los dos poetas, ahora es el turno de vivir del pequeño (el país también se renueva), un temprano actor que en un momento explica una anécdota y lo hace con solvencia, que demuestra talento ya que parece mucho que recordar para un niño y este lo hace con la recreación emotiva pertinente, en la misma expresión de Ganz, pacífica y controlada, que en la película nos hace pensar en la calma de la trama, sin faltarle el ritmo sino más bien esta vez es más digerible, y no es como acostumbra el director al que nunca le fastidió el tiempo en sus propuestas. Y es que su arte y entrega es absoluta, y por ende Theo Angelopoulos es inmortal, es el mañana, la eternidad y un día, un hombre y un genio. 

jueves, 4 de abril de 2013

Perfect sense

Ésta película corre el peligro de pasar desapercibida pero es muy atractiva y no resulta complicada aun llevando una notable reflexión sobre la vida, en un aura bastante entendible como suele ser el cine americano, y éste aunque es escocés lleva toda la esencia del cine anglosajón mundialmente popular que se suele o se quiere imitar. Se hace destacadamente por medio del talento y audacia del director británico David Mackenzie. Es una propuesta sencilla y con actores conocidos que despiertan simpatía, que pueden contener las distintas emociones que se requieren. Ellos son sensuales; son convincentes en representarnos en general. Exudan química natural. 

Tiene una buena conjunción, de lo más idónea para acarrear un público que no sea exigente, tranquilo, y dejarte pensando, apreciando más la pequeña fortuna de lo que damos por hecho, los privilegios que no solemos notar y que hacen tan fantástica la existencia, porque a pesar de una realidad que por lo general golpea a todos de alguna forma existir es tan grande y es algo que debemos valorar. En el filme no se usa ningún mensaje de estilo fácil en conmover y sacudir la mente pero el resultado es ese, sino más bien se fusiona la verdad del mundo, dolor y placer, amor y odio, mientras acaece un sentimiento muy humano pero en estado extremo, el miedo, el hambre, la rabia y la pasión, luego se pierde un sentido, el olor, el gusto, el oído, la vista. 

Lo “particular” de padecer ésta extraña enfermedad que anuncia el fin de la humanidad, tema muy repetido en la actualidad, es que al poco tiempo de sufrir una perdida se intensifica el anhelo de subvertir ésta ausencia y volver a empezar, renacer y buscar nuevas formas que suplan el sentido ido, siendo en parte algo normal el aura de sobrevivencia, de la naturaleza que se amolda a continuar, pero que ostenta una alegría especial que rejuvenece, que busca y encuentra nuevas aristas y que brilla incluso un poco más ante la noción de que se sigue vivo y hay que remontar la caída. 

Tratamos con un optimismo notorio que se mueve bajo la catástrofe, digamos que la realidad, que no teme ser dura y que combina tragedia y efímera pero significativa felicidad de manera que suele ser difícil de afrontar pero que se hace. Es un mensaje muy sano y poderoso que llega gracias al empaque, menos naif que lo que se acostumbra, menos ilusorio, y es que aunque no se puede negar su noción de fe a prueba de todo tantas veces eludido por un descreído espectador contemporáneo, destila melancolía, algo muy humano sea dicho también. Explaya sensibilidad pero junto con ambigüedades, complejizando y exhibiendo algún grado de malicia.

El filme es romántico, hay una importante historia de amor en la trama que se absorbe dentro de una filosofía mayor que engloba el paradigma y leitmotiv de la película en las relaciones afectivas no solo entre seres humanos sino que simboliza el nexo con todo lo tangible del mundo, cómo afrontar/ver la vida. Es el enamoramiento de una bella epidemióloga, mujer independiente y muy contemporánea, solitaria frustrada por varios pasados novios que la han abandonado, y un bien parecido, seguro y exitoso chef,  que es medio bastardo, como se le dice ante su frialdad en las relaciones, en donde manipula a las mujeres, no las llega a querer o hacerse responsable. Se enamoran mientras juntos son sacudidos por la epidemia. 

En su relación chocan los sentimientos naturales de todo lazo serio amoroso pero visto desde la ciencia ficción que más es un recurso para cavilar, descubrir la realidad tal cual en algunas lecturas hermanas, una básica y trascendental es desde la dificultad de relacionarse con una pareja, como mantener la pasión, confiar en el otro, jugar y disfruta del amor, vencer los miedos, ser fuerte y transparente, abrirnos, mejorar, sentar bases firmes aunque no sea fácil, aunque se tienda a una cierta derrota futura, y se hace a través del énfasis de algo atípico que hace lo mismo que haría el tiempo o la incomunicación entre otros en otras circunstancias. Por ejemplo, tenemos los gritos en la ira que dicen verdades dolorosas o la representación de las cambiantes necesidades que van acercándose, sea el desnudar el alma para seguir alimentando la percepción, el aire de entusiasmo, o gozar y compartir cierta superficialidad tan importante. 

Otra lectura valiosa se da en el entorno, en ver como gira el planeta luchando contra lo caótico y desesperante, como se comporta la gente frente al que parece el lento apocalipsis, o al menos el fin de los tiempos conocidos, su adaptación, su multiculturalidad, su resolución, su pesimismo y su revitalización. El filme nos enseña dos tipos de ser humano, el que destruye y engrandece el abismo ante la desilusión o la dureza y el que construye en los embates de la existencia. Hay una bella retahíla de imágenes retenidas de tipo artístico que enumeran el placer, como a su vez otro grupo pero móvil en estados de violencia, muy fidedigno y evocativo, muy subyugante y realistas en su propia clasificación. 

Después hay un aura chocante e histriónica en cómo se dan algunas exaltadas emociones producto del padecimiento epidémico, como en el caso de la gula en que se comen flores, se toma aceite de cocina o se tragan pescados/carnes crudas de forma grotesca hasta inducir el vómito. Sin embargo, los hay inicialmente más sutiles y graduales como el enojo y el amor, mientras que el miedo es toda una novedad y llega completamente como una sorpresa; y estos hasta se confunden con la relación de pareja que sobrellevan Susan (Eva Green) y Michael (Ewan McGregor), pero está, claro, la superposición del conjunto, que ya entendemos de que va, de lo que nos queda un bello y poético desenlace, en la influencia positiva o no de lo que nos rodea, en lo que no deja de ser una historia atrapante, que se puede disfrutar de forma directa.

Un rasgo también del filme, aún muy a pesar del mundo, del dolor, es que sobrevive la nobleza y cierta invocada inocencia, aunque el pesimismo sea tan poderoso. Y es que, mientras viva, si el hombre quiere nunca estará vacío, como en el filme, aun perdiendo la batalla contra los sentidos. La oscuridad no es el fin. Es una distopía que termina despertando el ideal. Es una propuesta donde no se necesita ser romántico. Puedes absorberlo desde una necesidad que invoca en la historia presente el disfraz de la espectacularidad salvaje y enigmática, en un devenir que implica la tergiversación de la pasividad. No obstante ser romántico, como se puede ver en el filme, está en toda esencia, en el lugar correcto o menos pensado, y no hay que rehuirle. 

miércoles, 3 de abril de 2013

Berberian Sound Studio

El director inglés Peter Strickland ha hecho un filme de terror poco convencional, al punto de que si nos pasamos esperando una trama de horror con un asunto por resolver/enfrentar se nos irá la película. Es una propuesta que gira totalmente sobre un estudio que pone sonido a un giallo de los 70s, para lo que se contrata a un especialista británico, de personalidad tímida y muy bien educado, Gilderoy (Toby Jones),  un típico hijo de su patria, pero que colinda con la locura fundiendo su vida con la de su trabajo.

El filme de estilo psicológico nos permite conocer casi didácticamente como se realizan los efectos de sonido de una película de terror al estilo popular italiano en un contexto donde se está elaborando una historia salvaje con ritos satánicos, asesinatos, brujas y demonios, que aunque no nos deja ver un ápice de sangre nos imbuye en sus parámetros, sugiriéndonos todo el panorama (durante el metraje casi podremos armar toda esa película “elíptica”). Ostenta un realismo que parte del poder de la imaginación, en un estado de consciencia inducida. Pero tratándose de algo leve en sus efectos para con el espectador distraído, que si nos concentramos puede ser hasta perturbador, ya que hay que vivir a través de Gilderoy, compenetrarnos con pequeños momentos del filme. Dentro de que mejor prueba de que la música se asemeja al cine, según palabras de Tarkovski. En un estado de despertar el sentido de nuestro oído. Ver el artificio con lechugas, sandias o algún  recurso audaz que imita hechos concretos que son muy duros de experimentar como de los cuales salir indemnes. La trama subyace en el miedo sensorial.

En la película hay un estado de inquietud a veces discreto que es la mayoría y a otras más flagrante –en donde se palpa aparte de lo anecdótico, o el rumor, a través de la vivencia de lo común dentro del estudio- que se da sin dar ningún golpe violento visual, en que no solo se nos brinda a través del personaje que limita con la demencia sino bastante por medio de detalles, cotidianidad perdida en el limbo (casi sin tiempo), en parte en lo onírico, y bajo la composición parcial, siempre de piezas constitutivas que van armándose hasta robar el alma de la existencia del protagonista convirtiendo en un hecho la fantasía. Dentro de un conjunto sutil en un ambiente que es lo más importante de la película, los gritos de las actrices, el espacio claustrofóbico del estudio, su perenne oscuridad, el hogar mental de Gilderoy, que a un lado parece estar en su casa y luego yace en el lugar que dicta el título, viéndose incluso dentro de la proyección del giallo que están haciendo. De ésta manera ya no distinguimos uno de otro. Se apodera el filme de su cerebro. La (temida) araña que pasa de una mano a otra muy pacíficamente, la carta evolutivamente decadente de la madre sobre unos gorriones (último bastión de cordura), el someterse a la luz de las velas, la tensión entre los compañeros, los abusos sexuales impunes, la desconfianza general, la pasión de los participantes que creen demasiado en lo que hacen.

Lo que plantea Strickland es un homenaje en toda claridad al giallo desde la paradójica noción de hacer lo opuesto en lo que en sí es. Contrarresta sus defectos como la exageración, su sencillez, efectos baratos, el mal gusto o la brutalidad en un filme inteligente, austero y en cierta forma elegante. En esto pesa o exalta artificios sugestivos como en ese aviso luminoso de silencio, como quien augura que ya viene el pánico en una constante promesa incumplida, que yace generando intriga frecuentemente. La expectación es un alarde del filme, pero sin agotarnos.

La presente realización puede entenderse como una argucia argumental explicativa que se basa en la forma complementaria. Se podría tratar sencillamente de un tratado revelador de cómo hacer un filme determinado si no fuera porque asume las características de relato de horror. Toby Jones implica, en su apariencia, ambigüedad, inseguridad y maleabilidad, atributos que revelan ser parte del dominante ambiente, el verdadero jefe de la trama, él y la atmósfera son uno, los dos grandes personajes de la propuesta.

Si uno espera algo extraordinario vendrá la decepción, no va de explícito o algo claro, y es que éste terror se mueve en lo mínimo, principalmente en lo discreto o en lo indirecto. Si nos engañamos esperando algo enfático en lugar de poner de nuestra parte no apreciaremos el filme que a su modo es especial, funcionando en el artificio constante del detalle que es indisoluble del conjunto, que es el conjunto.

El maltrato de Gilderoy y de su entorno es como la historia de una crónica de una muerte anunciada, es la alimentación de vivir en un lapso de rareza, la pasividad que lo absorbe todo. Y es cuando le dicen que se abra, en un rato significativo, cuando es demasiado tarde. Lo que sale es la secreta esquizofrenia, estando atrapado en la película.  Dice un personaje que lo que están haciendo se basa en algo verídico, que ha pasado, y que hacen historia, que la perennizan en pantalla, que no es solo un cuento de terror. Qué mejor explicación de lo que es el filme en cuestión. En un cine dentro del cine, en una cámara de espejos.